"Soy consciente de que una sociedad sin libertad de expresión poco será lo que pueda ofrecer a la libertad y la lucha por más libertad de mercado".
David Maco.
Abogado.

Tortas y Big Tech: desencuentro de liberales.

Jack Phillips es un pastelero norteamericano que, en el verano del 2012, alegando que “su fe se lo impedía”, se negó a hacer una torta de matrimonio para una pareja gay, David Mullins y Charlie Craig. Estos, por su parte, alegaron sentirse discriminados debido a que “una torta que este pastelero sí hubiese preparado para una pareja heterosexual, se negaba a hacerla para ellos por el solo hecho de ser homosexuales”. Finalmente, el litigio fue llevado hasta la Corte Suprema de Estados Unidos y esta decidió respetar las creencias religiosas de Jack.

El pastel no se hizo y, aunque el fallo de la Corte está lejos de reunir consenso en la población del país por las posiciones encontradas, la decisión fue tenida como un logro para el liberalismo en general: se respetó la libertad del individuo de decidir hacer o no hacer algo.

Tiempo después, ya mucho más introducidos en la era digital, una red social, Twitter, decidió suspender de forma permanente la cuenta principal de Donald Trump -presidente del país de la historia anterior- en su red debido al “riesgo de una mayor incitación a la violencia” por parte de este ya que, supuestamente, al perder la reelección para presidente, habría incitado a sus votantes para provocar desmanes y, quizá incluso, evitar la toma de mando del nuevo presidente Joe Biden. El tema parece fácilmente extrapolable puesto que se encuentran ciertas analogías: Twitter es propietaria de su espacio virtual y esta, en uso de su derecho de propiedad (principio tan importante como la libertad de elegir), decidió suspender la cuenta de un tercero. Sin embargo, lejos de volver a despertar el consenso en el liberalismo, ha generado división en su interna: hay quienes fieles a la historia del pastelero consideran que se ha respetado el derecho de propiedad de la red social, mientras que también están quienes alegan que se ha roto la libertad de expresión del presidente más poderoso del mundo libre, alegando que “no puede haber capitalismo o libertad del mercado sin libertad de expresión”.

Entonces, ¿derecho de propiedad o libertad de expresión?… Cuestión complicada porque hay que reconocer algo a quienes no están de acuerdo con la suspensión de la cuenta de Trump: variar de red social a “una que nos guste o acomode más”, como indicaría la lógica de mercado con cualquier otro bien o servicio, no es tan fácil debido a que no hay redes tan populares como esta o porque, simplemente, las plataformas de descarga de estas nuevas redes sociales las han bloqueado. Es decir, no se puede escapar de Twitter tan fácilmente como los gays de pasteleros con férreas posturas religiosas. Sin embargo, del otro lado, también se debe reconocer que, extrapolando la frase falsamente atribuida a Voltaire (en realidad es de Evelyn Hall) “estoy en contra de lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, los liberales deberíamos defender el derecho a la propiedad, aunque no siempre estemos totalmente de acuerdo con aquello que se haga con ella. Difícil encuentro de posiciones.

Yo, por mi parte, no quiero caer en falsas dicotomías. Posicionarme en un lado para atacar el otro. Reconozco el derecho de propiedad de Twitter para poder hacer con su red social lo que mejor les venga en gana (siempre que no incumplan su contrato puesto que este es ley entre las partes), pero también soy consciente de que una sociedad sin libertad de expresión poco será lo que pueda ofrecer a la libertad y la lucha por más libertad de mercado. Sin embargo, creo que el tema no va por ahí. Como siempre, hay que dar un paso atrás:

Hemos caído en cuenta de que la libertad de expresión en Estados Unidos no es tan libre como creíamos. Es más, podríamos animarnos a hablar de un “neomercantilismo”. Una situación en la cual poderosos empresarios (como los dueños de las Big Tech) encaman con la clase política para conseguir un fin común: prevalecer el estatismo, vender como buenas las decisiones de los políticos o cosa similar… Finalmente el objetivo es uno solo: que el estado no pierda poder y que, de ser posible, incluso se empodere más. Entonces, si ponemos atención, fácilmente caeremos en cuenta cual es el problema y cual no: No se trata de la propiedad privada puesto que ninguna duda cabe de que es el respeto a esta la que ha generado el crecimiento y enriquecimiento de los países; pero tampoco es la libertad de expresión que, obviamente, un modelo ciento por ciento liberal, no debe faltar y más bien la vamos a cuidar; sino que, como siempre, se trata del estado que todo lo que toca lo destruye.

El estado encuentra en el interés de los empresarios por generar rentabilidad una posibilidad para, teniendo todo el dinero recaudado por impuestos o demás formas a los ciudadanos, hacerlos caer en sus redes y, sin querer –o quizá queriendo-, terminar empoderando aún más al origen de todos sus problemas. Una suerte de equilibrio de Nash perverso que atrapa a los empresarios en las garras del depredador que es el estado y, por desgracia, terminan trabajando para este o las clases políticas que buscan hacerse de su poder. Una retroalimentación que, como en el caso de Twitter, ha terminado deformando la libertad de expresión o que, como en China, ha desfigurado lo que es un verdadero capitalismo… En realidad, todo esto es un mercantilismo.

Por lo tanto, mal hacemos los liberales o amantes de la libertad al enfrentar la propiedad con la libertad de expresión puesto que, si queremos ver a ambas coexistiendo juntas, pacífica y exitosamente, solo debemos poner a dieta al estado hasta ponerlo famélico. Quitarle nuestro dinero para que no pueda repartirlo entre empresarios y que estos en uso de sus derechos le favorezcan. Quitarle poder sobre nuestras vidas para que así sea el mercado el que empodere a las empresas y decida quien tiene o quien no tiene algo; y que no sea el estado, quien solo rapiña impuestos, el único capaz de repartir a unos pocos y comprar las voluntades de miles que, siguiendo el rastro del ánimo de lucro, caen en la trampa del apoyo a estado y sus oscuras intenciones. Sean conscientes de ello.

David Alejandro Maco Cano.

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